Centro de Documentación da AELG
Mareas de tinta
7 de xaneiro de 2005
Jesús Fraga
Autores/as relacionados/as:
Fonte: La Voz de Galicia

Mareas de tinta
La presencia poderosa del mar se deja sentir en todas las lenguas y todas las épocas, porque contiene la vida y la muerte, bases de la literatura
Agenda cultural en torno al mar: Vigo homenajea el mundo del mar

(Jesús Fraga)

     Pocas presencias hay tan poderosas en la literatura universal como el mar. En todas las lenguas, en todas las épocas, ha ejercido una fascinación tan profunda como variada por sus motivos: hay autores que hallaron en los océanos el escenario perfecto para alumbrar sus relatos de aventuras, entendida esta palabra en un concepto amplio que abarca desde piratas y contrabandistas a la épica de los primeros exploradores, sin olvidar el fatigoso trabajo de marinos y pescadores. Pero el mar en la literatura es mucho más que la suma de los oficios y beneficios que le ha dado al hombre, porque es también un símbolo de sensaciones e ideas más intangibles. La fuerza y la sutileza, el refugio y la intemperie, la vida y la muerte, la calma y la tormenta, la fecundidad y la última voluntad. El mar puede reunir todo esto y más, engullir cualquier contradicción hasta reflejar con limpidez las proyecciones que sobre él se hacen. El mar como el fin de la tierra y el más allá, frontera que detiene e invita, todo a un tiempo, interlocutor de amantes solitarios y testigo mudo de llamadas de socorro. La literatura existiría sin mar, pero sería mucho más pobre. Estos son algunos ejemplos, sin pretender en ningún caso, ser exhaustivo, de los mares de tinta.

     El mar fundacional

     Ulises, Ítaca y Odisea son tres palabras que pertenecen sin lugar a dudas a una concepción en la que el mar es origen y sustento de una mitología sobre la que se construyó la civilización griega. Mitos que en el fondo son los nuestros, y que han sido recreados por escritores como Cunqueiro. Homero concibió la Odisea como un largo viaje marítimo, cuyas aventuras y adversidades ponen a prueba no sólo al héroe, sino también a quien le aguarda. El mar es un inmenso campo de pruebas en el que emergen, en la memoria y la fantasía de todos, las sirenas y sus cantos, una de las criaturas más excepcionales de las que han poblado las aguas y la literatura.

     Ulises no fue el único héroe con aroma a salitre que reimaginó Cunqueiro. Simbad el marino, en su vejez, como de Ulises la infancia, alimentó la fantasía de un escritor que se miraba y se reconocía en el océano, que era capaz de intuir los mares de las Indias en la bravura del Atlántico, convertía los puertos galaicos en exóticos muelles orientales y hacía volar a unas islas mágicas que en la realidad se anclaban frente a Vigo. Simbad es un personaje que ha fascinado a todas las culturas, quizá porque resume la quintaesencia del héroe marino.

     Y si la Odisea es piedra angular de una cultura, también lo es Os Lusíadas para Portugal. Camoes levantó en verso toda una epopeya marina que es la mejor crónica para entender la edad de los exploradores, y hacer el esfuerzo de retrotraernos a un tiempo en el que la mitad del planeta estaba por cartografiar y existía la creencia general de que el mar era la antesala de un abismo donde se terminaba el mundo: «As armas e os barões assinalados, / Que da ocidental praia Lusitana, / Por mares nunca de antes navegados, / Passaram ainda além da Taprobana» empieza el primer canto, poniendo el acento en las cualidades de los buscadores de lo desconocido.

     El mar de las aventuras

     Pocos escenarios concitan el espíritu de la aventura como lo hace el mar. Lo desconocido, los peligros, las gentes de otras razas y otras lenguas, los riesgos y los paisajes, la soledad del océano y las maravillas de los puertos lejanos, islas deshabitadas y naufragios. Cualquier aventura parece posible en las profundas aguas surcadas por buques y tipos de todo pelaje. La isla del tesoro es el paradigma: el relato de Robert Louis Stevenson parece imperecedero, se reedita año tras año, lo devoran lectores de todas las edades y los escritores «serios» no tienen problema en reconocer su influencia como clásico. Probablemente en todo esto ha tenido mucha culpa La infancia recuperada, de Fernando Savater.

     La aventura también es submarina. Junto a Stevenson, Verne es otro de los grandes que encontró en el mar el lugar ideal para situar la acción de muchos de sus libros: La isla misteriosa, Los hijos del capitán Grant, Escuela de Robinsones o 20.000 leguas de viaje submarino respiran mar por los cuatro costados. Verne homenajea a Defoe y se inventa después su propio héroe, arquetipo del solitario navegante, misántropo pero idealista. El capitán Nemo nos es además muy cercano, porque cada poco tiempo se deja caer por la ría de Vigo, en la que dispone de su banco particular: los tesoros de Rande, que él utiliza para financiar por todo el mundo a los que luchan por la libertad.

     Los oficios del mar

     Más que trabajadores, los marineros son héroes. Como Ulises, aunque lo suyo sea la heroicidad cotidiana. Fue la materia prima que Herman Melville convirtió en un clásico, Moby Dyck, al narrar la creciente obsesión del capitán Ahab y la caza de ballenas; ningún verano debería dejar de lado un libro como éste. La épica de lo cotidiano fue el término que acuñó Ignacio Aldecoa para denominar las narraciones de su ciclo de los oficios. Además de sus relatos, joyas del género, el escritor vasco retrató a los marineros que viajan al Gran Sol en la novela homónima, y dejó algunas de las mejores descripciones del mar en Parte de una historia, ambientada en el entorno de los pescadores de Canarias. Manuel Rivas también dedicó un reportaje a los marineros del Gran Sol que se lee como si fuese un relato.

     La relación entre el hombre y su oficio la recreó también Ernest Hemingway. El hombre y el mar es quizá su obra más conocida, en la que relata la tensión del pescador que no se da por vencido pero que finalmente es derrotado por el infortunio, aunque el autor norteamericano también dejó páginas escritas sobre las escenas del puerto de Vigo, que conoció en sus primeros viajes a Europa. Joseph Conrad conocía bien el oficio, ya que el mar fue su principal ocupación. El espejo del mar es una reflexión que no debería faltar en la biblioteca de ningún lobo de mar, de sillón o de verdad.

     Siempre el mar

     Una cosa es el mar en sí y otra lo que estimula en la imaginación. El mar invita, como todos los espejos, aunque turbio, a mirarse en él. Es el interlocutor, el horizonte al que lanzar las preguntas sin respuestas, mientras se aguarda al ritmo siempre idéntico pero distinto de las olas batiendo en la orilla. Lo hizo hace muchos siglos la mujer que no sabía si su amigo aparecería mientras desgranaba el tiempo junto a la ermita de la isla de San Simón, con cuya voz escribió Mendiño el que para algunos es el mejor poema de toda la historia. Como recordaba Cunqueiro, los trovadores gallegos se bañaban en el océano con sus amigas. Es uno de los brillantes artículos de Fábulas y leyendas de la mar, una recopilación en la que el escritor da noticia de monstruos, de la multitud de nombres con la que los gallegos conocemos a peces y mariscos, deja correr su imaginación siguiendo la estela del Holandés Errante y constataba la vigencia del Leviatán. Claro que Cunqueiro ya había navegado en Mar ao norde, un poemario de 1932, como también lo hizo Manuel Antonio en De catro a catro, quizá la presencia más poderosa de lo marino en la lírica gallega. Rafa Villar, un poeta que ha dejado la puerta abierta al mar en su poesía, también ha rastreado ese aroma a salitre en los versos gallegos: Antón Avilés de Taramancos, Ana Romaní, Luisa Castro, Manuel Rivas, Bernardino Graña, Marta Dacosta, Xabier Rodríguez Baixeras y el propio Villar —también Miro Villar, en Gameleiros— han puesto en remojo sus poemas.

     En cuanto a la narrativa, Alén da desventura, de Xavier Alcalá, se sumerge en las aventuras náuticas del siglo XVII, y zarpa desde el Ferrol de la Ilustración, una ciudad condicionada por lo marino y lo militar.

     Amenazante, amigo, misterioso, profundo, antiguo, feroz, sudoroso, el mar admite todos los adjetivos y más, porque en él caben todas las vidas y la literatura.