ENTREVISTA A AGUSTÍN FERNÁNDEZ PAZ
AGUSTÍN FERNÁNDEZ PAZ ES UNO DE NUESTROS MÁS DESTACADOS ESCRITORES. SU EXTENSA OBRA, DIRIGIDA AL PÚBLICO INFANTIL Y JUVENIL PERO QUE INTERESA IGUALMENTE A LOS LECTORES ADULTOS, ES UN EJEMPLO DE LA ESCRITURA QUE DIGNIFICA LA LIJ. ENTRE SUS LIBROS, ESCRITOS ORIGINARIAMENTE EN GALLEGO, DESTACAN LAS FLORES RADIACTIVAS, CUENTOS POR PALABRAS, CARTAS DE INVIERNO, AMOR DE LOS QUINCE AÑOS, MARILYN, CON LOS PIES EN EL AIRE, AIRE NEGRO, EL CENTRO DEL LABERINTO. HA OBTENIDO TODOS LOS PREMIOS: MERLÍN, LAZARILLO, EDEBÉ, RAÍÑA LUPA, PROTAGONISTA JOVE.
PARA LA REVISTA PEONZA ES UN HONOR Y UN PLACER PODER ENTREVISTARLE.
¿Cómo concibes la escritura? ¿Por qué y para qué escribes?
Es difícil contestar a estas preguntas, no tengo una respuesta única. Es cierto que, para mí, escribir es la actividad creativa que mejor me permite dejar constancia de mi visión del mundo y de mi deseo de transformarlo, pero quizá suena demasiado transcendente. Cunqueiro lo explicaba mejor: "contar la totalidad humana, que él [el escritor] tiene la obligación de alimentar con nuevas miradas". También hay una componente de juego: el gusto por contar historias, nacido del placer de que me las cuenten a mí, un placer que tiene raíces profundas en mis años de infancia. Y aún hay otras razones, algunas tan bien expresadas por otros escritores: desde el deseo de que te quieran hasta el asombro de descubrir que hay lectores interesados en lo que escribes.
Desde siempre me han gustado los libros, los tebeos, el cine... Supongo que en esa pasión por las historias está la razón principal de que ahora yo también me dedique a inventarlas, aunque también influyeron otras circunstancias. Lo que sí puedo asegurar es que, con el paso del tiempo, escribir se ha ido convirtiendo en algo cada vez más importante para mí. Cuando estoy metido en un proyecto nuevo, sobre todo si es de los que se van a prolongar mucho tiempo, siempre acabo obsesionándome con él. Me apasiona ver cómo lo que empieza siendo una idea confusa va tomando forma poco a poco, un proceso que precisa de muchas horas de esfuerzo y que está lleno de satisfacciones y hallazgos inesperados.
“Como quien bebe agua, el hombre precisa beber sueños”, escribió Álvaro Cunqueiro, a quien acabas de citar. ¿Se encuentra ahí la necesidad de la literatura?
Sí, la frase de Cunqueiro resume muy bien una necesidad esencial que tenemos todas las personas y que nos acompaña a lo largo de la vida. Ya se ha reflexionado mucho sobre esto: la posibilidad de vivir otras vidas más allá de la nuestra, el ansia de expandir el territorio sin límites de la imaginación, el deseo de engañar nuestro miedo a morir...
Es una necesidad que se puede satisfacer de muchos modos (el diálogo, el cine, la televisión, los videojuegos, etc.), pero la lectura es un modo privilegiado. No sólo porque la escritura es un medio que nos permite comunicarnos venciendo el tiempo y el espacio, sino también por la intensa actividad mental que conlleva el acto de leer, un acto de creación compartida. Además, no podemos olvidar que a través de la literatura exploramos a fondo todas las posibilidades del lenguaje, que es lo más esencial que tenemos las personas. Por eso es tan necesaria, aunque a veces la sustituyamos por sucedáneos que sólo sirven para ir tirando.
“...las palabras, que no nos pertenecen,/ se asocian como nubes/ que un día el viento precipita/ sobre la tierra/ para cambiar, no inútilmente, el mundo.” –son palabras de Valente que colocas en el frontispicio de tu libro “Con los pies en el aire”. Por supuesto, estos versos al comienzo de tu libro son algo más que un adorno. Pero, ¿no son las palabras, eso, sólo palabras? ¿Pueden las palabras cambiar el mundo? ¿No te sientes, como escritor, el náufrago que lanza mensajes a la mar inmensa?
Mi fascinación por Valente es muy antigua, y ese poema ha sido durante mucho tiempo uno de mis preferidos. En él, Valente resume muy bien la ambivalencia que sentimos al escribir: la sensación de que es un esfuerzo socialmente inútil y, al tiempo, la certeza de que no es así, pues, como en la parábola del sembrador, algunas palabras caerán en tierra buena. Yo repaso mi biografía y constato que hay algunos libros que cambiaron mi forma de entender la vida: La peste de Camus, Carta a una maestra de los alumnos de Barbiana, Gramática de la fantasía de Rodari, las novelas de Kafka... Y lo mismo ocurre con determinadas películas, como Jules et Jim de Truffaut o Pasión de Bergman. Así que las palabras pueden ayudar a cambiar la vida y a cambiar el mundo, aunque no sepamos bien cómo ni en qué medida.
La imagen del náufrago lanzando mensajes en la botella es muy acertada, pues el trabajo del escritor se hace en soledad. Es una imagen en la que he pensado muchas veces, tal vez por lo que tiene de azar, pero también de intenso deseo de que alguien encuentre ese mensaje y lea las palabras que contiene.
En algunos de tus libros comienzas en un tono realista para dar entrada enseguida a un elemento fantástico que provoca una convulsión, un terremoto, en la narración. Recuerda en alguna medida a “la piedra en el estanque”, de tu admirado Rodari, en su “Gramática de la fantasía”.
La irrupción de algún elemento fantástico en la vida cotidiana es uno de mis recursos narrativos preferidos. En el fondo, es volver a la vieja pregunta de "¿Qué pasaría sí...?" Creo que, de algún modo, esto me permite hablar con mayor libertad del mundo real, sin tener que sentirme limitado por un realismo estricto, que podríamos cuestionar desde muchos puntos de vista. Como dice Paco Martín, "no tengo nada claro donde comienza la fantasía y donde acaba la realidad". De todos modos, siempre trato los elementos fantásticos con procedimientos narrativos realistas, una técnica en la que Kafka es el gran maestro.
El deseo de experimentar y jugar con las palabras, y su preocupación por los niños y la escuela, en coincidencia con Rodari en “Cuentos por palabras”; el deseo de preservar lo mejor de uno mismo, la propia personalidad, lo que nos hace diferente de los demás, en ese final de “Con los pies en el aire”, en el que encuentro una agradable sintonía con el final de “Fahrenheit 451” de Bradbury; resonancias de Lovecraft en la presencia del miedo y el misterio en tantos libros. Además de los ya citados, ¿qué libros y autores –qué literatura- son para ti un referente a la hora de escribir?
Creo que en lo que escribo hay huellas de autores que me apasionaron en alguna etapa de mi vida, aunque muchas veces no sea consciente de ellas De mi infancia, permanecen imborrables nombres como Verne, Poe o Salgari. Más adelante, vino el entusiasmo antes autores considerados canónicos, como Kafka, Camus, Cunqueiro, Valle Inclán o Joyce, que alternaba con todo tipo de novelas de género, una lectura que entonces no estaba bien vista en los ambientes intelectuales. Por aquellos años, leí con fascinación a los grandes de la novela negra (Chandler, Ross McDonald, Jim Thompson, Hammett, etc.), o a autores de narraciones de terror y de ciencia-ficción, como Ray Bradbury o H. P. Lovecraft. Supongo que la lista sería interminable, porque también me fascinaron algunos autores latinoamericanos (Vargas Llosa, Manuel Puig, García Márquez) y muchos creadores de cómic, desde Christin-Bilal (mis favoritos) hasta Hugo Pratt o Moebius. De los actuales, si tuviera que quedarme con tres autores de los que procuro no perderme nada, serían Méndez Ferrín, Paul Auster y Miguelanxo Prado.
Pero mis libros se inscriben en el ámbito de la LIJ, de la que también soy un buen lector. Hay autores a los que me siento muy próximo, no tanto en el estilo como en la actitud: Rodari, Roald Dahl, Christine Nöstlinger, Jostein Gaarder (qué libro, El enigma y el espejo)... De vez en cuando, aparece algún autor que se añade a esta lista de favoritos. Los últimos, Marjaleena Lembcke y Aidan Chambers; me encantaría poder leer todo lo que han escrito.
Has hablado de algunos autores de comics. También en tus libros hay frecuentes referencias a ellos. Me gustaría que nos hablaras un poco más sobre este tema.
Los cómics, o tebeos, me han gustado desde que era niño, pero no soy nada nostálgico. De los de entonces, algunos siguen pareciéndome muy buenos (el trabajo de gente como Benejam, Vázquel o Coll, o el primer Capitán Trueno, por ejemplo), pero otros ahora me parecen nefastos, tanto estética como ideológicamente (como Roberto Alcázar o El Guerrero del Antifaz). También me encantaban algunos superhéroes (Batman, Superman, Spiderman), y a algunos he acabado homenajeándolos en mis libros (no hay más que ver El laboratorio del doctor Nogueira o Cuentos por palabras).
Mi afición se consolidó cuando, en los primeros años setenta, descubrí el cómic europeo que antes no llegaba a España. Además, coincidió con la publicación de estudios teóricos sobre la ideología y el lenguaje de los cómics, que me interesaron mucho. También yo llegué a escribir algunos libros sobre esos temas, centrados sobre todo en el análisis y en la realización de cómics desde una perspectiva educativa. Sigo leyendo tebeos, y creo que los lectores que no conocen ese mundo están perdiendo algunas obras fascinantes (desde Trazo de tiza de Miguelanxo Prado hasta Watchmen de Alan Moore, pasando por Mauss de Art Spiegelman o Las falanges del Orden Negro de Christin-Bilal, por citar cuatro obras maestras de estilos muy diversos).
Hablas de unos libros escogidos después de una larga trayectoria de lector y de escritor. Pero, ¿los libros nos ayudan a conocer la realidad e intentar transformarla; o son, fundamentalmente, una huida, una evasión de un mundo que nos resulta, tantas veces, inhóspito?
Yo no veo contradicción entre estas dos visiones de la lectura. Es la puerta abierta a otros mundos y a otras vidas, y también puede ser un refugio que, como cualquier expresión artística, nos ayuda a soportar mejor la vida que llevamos. "Siento que detrás de cada libro hay una persona que me habla", decía Montag, el protagonista de Fahrenheit 451. De algún modo que no sabemos bien, como dice Valente en el poema del que antes hemos hablado, los mundos hechos con palabras también acaban influyendo en la realidad.
¿Cuál es tu relación con los ilustradores de tus libros? ¿Qué sensación te produce el resultado final de esa colaboración?
La relación con el ilustrador, si el libro va a tener algo más que unas ilustraciones de circunstancias, es esencial. Él tiene que hacer su lectura particular, sin limitarse a reproducir lo que ya dice el texto. Por eso, más que de detalles concretos referidos a la historia, me interesa comentar el espíritu y las intenciones del libro (y me estoy acordando ahora de lo mucho que hablé con Asun Balzola, antes de nuestra colaboración en Las hadas verdes).
Casi siempre he quedado muy contento del trabajo de las personas que han ilustrado textos míos, pues le dan una riqueza nueva al texto. Una muestra puede ser mi colaboración con Miguelanxo Prado, siempre magnífica; no hay más que ver libros como Con los pies en el aire, En el corazón del bosque o Rapazas.
Dejemos el microscopio y tomemos el telescopio. ¿Cómo ves el panorama de la LIJ que se escribe actualmente en nuestro país? ¿No te parece, en un porcentaje muy elevado, facilona, condescendiente y anodina, y, en definitiva, sin demasiado interés para el lector, al que ni sorprende ni entusiasma?
Hasta hace poco tiempo, como también hacía reseñas en algunas publicaciones, la verdad es que leía todo lo que se publicaba en gallego y una buena selección de lo que aparecía en castellano. Ahora sólo leo lo que publican los autores que me atraen o los títulos que veo destacados en las revistas especializadas.
Es cierto que se publican muchos libros repetitivos y previsibles, que no aportan nada nuevo. Supongo que es una tentación muy fuerte: repetir los esquemas y los temas que han tenido éxito, para tratar de prolongarlo. En cualquier caso, como lector, yo prefiero centrarme en el fenómeno contrario: ese puñado de obras magníficas y llenas de vida que aparecen cada año, a veces en editoriales minoritarias. De las últimas que he leído, podría citar (como ejemplos, porque hay más) Maíto Panduro de Gonzalo Moure, Las lágrimas de Shiva de José Mallorquí o Hasta (casi) cien bichos de Daniel Nesquens.
Pero, ¿no te parece que muchos “autores para niños” escriben sin comprometerse con lo que escriben -“demasiados libros”, como denunció Gabriel Zaid-, y sin trabajar suficientemente sus textos?
No es fácil responder a lo que planteas, porque tendría que ponerme dentro de la piel de cada uno. A mí lo de la cantidad no me preocupa, hay etapas en las que uno puede escribir con tanta ansia como si se le fuera a acabar la vida al día siguiente. Me parece más preocupante el otro fenómeno, el de entregar los textos insuficientemente trabajados, sobre todo si sabes que podrías mejorarlos en nuevas revisiones.
Mi opinión se resume en una frase que le tomo prestada a Suso de Toro: hay que escribir con la ambición de alcanzar el Everest, aunque luego los resultados no estén a la altura del empeño; pero hay que intentarlo, mantener la ambición de escribir el libro perfecto. Que, para mí, es el que, además de estar técnicamente bien resuelto, tiene la virtud de emocionarnos y hacernos ver la vida de otro modo.
Antes, yo era más inconsciente; mis primeros libros eran más descuidados, aunque quizá eso lo compensaba una cierta frescura, como en los relatos de Cuentos por palabras. Ahora me preocupa cada vez más la estructura y la forma, y reviso una y otra vez los textos antes de publicarlos. Quiero que mis libros den sensación de vida y, al mismo tiempo, quiero que enganchen al lector desde las primeras páginas. Y eso (salvo que seas un genio, que no es mi caso) sólo se consigue trabajando mucho los textos.
Tú eres escritor, pero también profesor. ¿Crees que es posible transmitir, desde los colegios y los institutos, la pasión por la lectura y el hábito de leer? ¿Cómo se puede intentar?
Creo que el aula es un espacio privilegiado para la promoción de la lectura, mi postura es clara: no sólo es posible esa transmisión, sino que tenemos la obligación moral de hacerla. Otra cuestión bien distinta es el cómo, pues muchas veces se siguen caminos equivocados que producen el resultado contrario. ¿Cuáles son los buenos caminos? Hay muchos, pero todos tienen un componente esencial: ofrecer buenos libros y ejercer con honradez y entusiasmo el papel de mediador.
¿No crees que hay un “exceso de celo” en tanto elogio de la lectura? ¿No te parece que, para los jóvenes, puede resultar negativa tanta exaltación de la lectura, especialmente cuando comprueban que, a la hora de la verdad, no son más que milongas, que en este país casi nadie lee; en ocasiones, ni quienes tanto se lo recomiendan?
Yo no veo tanto elogio de la lectura; lo que sí veo es la abundancia de discursos huecos que no se cree nadie. Pero echo en falta espacios de todo tipo para informar y promocionar la lectura de verdad, más allá de retóricas gastadas.
El mejor elogio es la práctica lectora, porque la lectura se contagia. Los jóvenes se sienten atraídos por los buenos libros, yo no creo que exista esa aversión a la lectura de la que a veces se habla. Lo que no soportan es la hipocresía de los adultos o los textos fríos que no les dicen nada.
¿Qué opinión tienes sobre la responsabilidad de las administraciones públicas en la promoción de la lectura y las bibliotecas públicas y escolares? ¿Qué opinión te merece, por ejemplo, el Plan de Fomento de la Lectura impulsado por el Ministerio de Educación?
La responsabilidad de las administraciones es enorme. Ellas tienen los recursos necesarios para la promoción de la lectura, un elemento clave en la política educativa y cultural. Aunque no estoy enterado de todas las medidas que se toman, no hay más que observar la realidad para darse cuenta de que son muy insuficientes. Hay ayuntamientos concretos que se salvan de esta crítica, pues tienen una buena política de bibliotecas públicas, pero no es así en la mayoría de los casos. En cuanto a las bibliotecas escolares, qué decir; las que funcionan bien siempre es por el voluntarismo de un grupo de docentes, que suplen las deficiencias con su trabajo y su entusiasmo. Quizá porque, más allá de las buenas palabras, el sistema social y económico en que nos movemos no va a hacer nada por cambiar las cosas, dado que lo que más le interesa es nuestra faceta de consumidores, y no la de ciudadanos libres y críticos.
Hace un tiempo promoviste, con otros compañeros, un manifiesto sobre la invisibilidad de la LIJ en el que criticabais la escasa atención que los medios de comunicación le prestan. ¿Has observado algún cambio desde entonces?
En 1995, en los Encuentros de Salamanca que organiza la Fundación Germán Sánchez Ruipérez (ése sí que es un buen ejemplo de lo que podrían hacer las administraciones) presenté una ponencia que se titulaba así, "Contra la invisibilidad". Después apareció el manifiesto, impulsado sobre todo por Gonzalo Moure y Paco Abril. Creo que muchos de los males que allí se denunciaban siguen vigentes, es patético que en los medios la LIJ sólo aparezca en Navidades y en vacaciones de verano, con los libros tratados como objetos de regalo. Es vergonzoso que las reseñas y la crítica sólo aparezcan en revistas que tienen una difusión limitada al guetto de las personas específicamente interesadas. O que, para el público medio, parezca no haber vida más allá de Harry Potter y los títulos anglosajones que toque promocionar ese año.
Con todo, debo decir que en Galicia sí que se han producido algunos cambios. Hemos conseguido que haya una mayor sensibilidad hacia el ámbito de la LIJ y comienza a ser habitual que las novedades tengan un tratamiento digno en los espacios de crítica existentes, al lado de los libros dirigidos a un público adulto. Otra cuestión es que esos espacios sean escasos, también en el ámbito gallego.
Para terminar, háblanos de tus proyectos a corto y medio plazo.
Proyectos no me faltan, lo que me puede faltar es el tiempo y la energía necesaria para llevarlos a cabo. Acabo de publicar una novela de la que me siento muy satisfecho, Noite de voraces sombras (el título está tomado de uno de los poemas del libro póstumo de Valente), en el que abordo el tema de la guerra civil y del exilio, desde la perspectiva de una chica de hoy. Tengo otros relatos acabados, pero sin publicar; ya les llegará su tiempo. Sigo con mi proyecto de "relatos mínimos", que daré por rematado cuando llegue a noventa y nueve. Y he empezado a pensar sobre una novela; ésta, estrictamente realista; pero ni siquiera sé si la llegaré a escribir o se quedará en uno más de esos proyectos condenados a no salir adelante.