Ante tu altar sacro santa, traigo flores a ofrecer
que a la luz del nuevo día, acabaron de nacer.
Las entregaré de todo corazón.
-Verdad que vosotras, amiguitas,
tenéis la misma intención?
-Eso a mí no me lo preguntes que ya lo sabes de antemano,
la llegada de este día la ansiaba todo el año.
Pues cuando era invierno y las flores se secaban,
mi pecho entristecido que amargamente lloraba.
Ahora que vino mayo, los campos están abarrotados,
ando siempre presurosa y buscando por los prados,
los colores más preciosos, recogiendo en manadas,
se las traigo a la Virgen para que su altar quede,
perfectamente, adornado.
Le traigo muchas flores ¿verdad?
-Si. Le traigo bastantes
-¿Dónde las cogistes?
-Me levanté muy temprano y entonces salí de casa
con la luz del crepúzculo, esta tranquila mañana
cuando el cielo azulado, las estrellas se apagaban,
dejando pasar la aurora que en el horizonte se asomaba.
-Lo mismo lo hice yo, pues cuando salí de casa,
me alumbraba la luna y la estrella de la mañana.
Al (albarecer) la aurora, cuando el jilguero cantaba,
recorría yo las vegas internada entre las mantas,
recogía yo claveles, azucenas y esmeraldas,
y, al llenar la canastilla, regresé contenta a casa.
Cuando llegué a la puerta, mi madre se levantaba
y viendo flores tan lindas, me abrazó entusiasmada
y me mandó a la iglesia y al altar colocarlas.
-¿No me has visto?
-Sí. Cuando tú salías por esta puerta, yo, por esta otra entraba.
Y he visto muchas flores cerca de la Inmaculada,
donde yo coloqué las mías y los huecos que quedaban.
-Sí. Ya me lo parecía que las flores aumentaran
y de algunos colores que yo no le colocara.
-Pues, si tú eres conforme volveremos esta tarde
a despedirnos de la Virgen y, al mismo tiempo, rezarle.
Autor/a da transcrición: e~xenio